Bien, poquito a poco, como todo cuanto tiene que ver con el Sahara Occidental, vamos avanzando en el blog del FiSahara. En esta ocasión, contamos con un post muy especial. El que nos dedica
Macaco que, como muchos de vosotros sabéis, acudió a la última cita del Festival y fue el encargado de cerrarlo con un concierto inolvidable, sobre todo para los más jóvenes saharauis.
¡Gracias por ese entusiamo, Macaco!
REFLEXIONES DESDE EL SAHARA
Me resisto a pensar que todo es casual. Alguien me dijo un día que la vida es un baile entre tú destino y tus propios actos: esa es la rumba que yo quiero bailar, sea o no el compás acertado. Me resisto a pensar que mis compañeros de camino, los que recorren medio mundo junto a mí a bordo de este barco musical, están solo por la música: marcan, por supuesto, un “so” de melodía y ritmo pero “son” maestros en ocasiones y aprendices en otras (todos somos espejos de todos). Y es que queramos o no queramos we are all connected.
Este rollo que os estoy metiendo, patatero para unos, cercano para otros, son pensamientos que me vienen en un tren Madrid-Barcelona. Ya han pasado dos días desde nuestro regreso del Sahara y una mezcla de sabores perennes recorre mi cuerpo una y otra vez (risas, emoción, sobremesas sobre tierra y alfombras pero, sobre todo, aprendizaje) componiendo un plato único en el mundo. Aprendizaje, sí, porque como nos recuerda el escritor Eduardo Galeano los miles de personas que se comprometen con este pueblo no le están dando una limosna; simplemente, piden justicia, una justicia clara y transparente. Sin fracturas ni dudas aunque, eso sí, llena de cicatrices, heridas marcadas por el tiempo y la arena. Pero, insisto, sin limosnas, porque la mano que pide siempre está por debajo de la que da y este no es el caso.
Tengo la sensación de que ha sido el concierto mejor pagado de mi vida (sólo comparable con alguno de Brasil y México; es lo que tiene el Sur). Como es de suponer, no hablo de intercambio monetario sino de otro tipo de retribución: nos pagaron (a mí y a los músicos que me acompañan) con silencios llenos de discurso pleno, palabras claves y sencillas pero iluminadas de contenido, costumbres legendarias repletas de aforismos sin escribir y, sobre todo, la enciclopedia entera de “El Poder de la Adaptación” con mayúsculas. Para mí, eso es el pueblo saharaui.
Vengo con arena en los bolsillos, como Manolo García, y sí, quiero ser el último de la fila para quedarme con ellos. Javier Bardem decía que ese lugar era poco menos que el patio trasero del infierno y estoy de acuerdo. Un patio seco, añadiría, aunque salpicado de flores regadas con amor, serenidad, alegría y comunicación. Vengo emocionado, cargado de energía cansada y sí, me resisto a pensar –no, mejor me niego a pensar- que todo es casual, que los grandes músicos y mejores personas que vuelven conmigo (Bikôkô, Tirtha, Miki, Didac y Nico) están conmigo sólo por la música (aprendí y aprendo mucho de ellos pero eso ya es otra historia).
Hoy, en este pequeño cuaderno, los protagonistas son los incombustibles saharauis. Odio los panfletos, las consignas demasiado específicas, la fonética y los eslóganes descompuestos por irregularidades de base que la mayoría de los políticos emiten una y otra vez, sin ton ni son. Pero algunas veces, sólo algunas veces, me gusta pronunciar alto y claro palabras rebosantes de verdad: ¡SAHARA LIBRE!
Alguien dijo que tan pretencioso es afirmar que Dios existe como decir que no existe. Yo sólo se que, para mí, el agua restringida de los cubos con que nos duchábamos es agua bendita. ¿Sugestión o inspiración? Me da igual: vengo limpito por dentro y por fuera.
Gracias, Galat
PD: el otro día, conversando con Bikôkô, llegamos a una conclusión: una bandera recoge el significado de quien la levanta. Si crees en la comunicación, álzala.